Texto: Santiago García Jiménez - José Mª Sierra Simón
Estas fiestas tienen lugar del 16 al 20 de septiembre, ambos inclusive. Con ellas se cierra el ciclo festivo local . Por sus características y duración (son las únicas que comprenden varios días ) podemos considerarlas como las más importantes. Las fechas tienen carácter inamovible y a lo más que se ha llegado en los últimos años es a adelantar o retrasar un día para hacerlas coincidir con fin de semana. La fiesta ha evolucionado mucho, pero se conserva en lo esencial. En el presente estudio se describe y analiza como era hasta mediados los años sesenta y algunos aspectos de su evolución posterior. Los días se distribuyen de la siguiente forma: el primero, tercero y cuarto son de toros propiamente dichos, en el segundo, llamado “dia del medio” no había festejo taurino y el último, de gira campestre , es el llamado “día de la merendilla " El 15 es “ la víspera ”. No se consideraba propiamente festivo toda la jornada, sino a partir del mediodía. Suponía la culminación de los preparativos propios de la fiesta y otros actos sociales muy vinculados a ella. Los principales eran las bodas, que en las épocas de mayor población solían celebrarse todas en la semana inmediatamente anterior, aunque el día principal era éste. Estas celebraciones creaban mayor ambiente festivo, no sólo para los invitados sino para casi todo el pueblo, que más o menos directamente participaba de ellas asistiendo al baile que era de acceso libre y gratuito. Con la fiesta también se relacionaba la adquisición de ropas nuevas, que se lucirían esos días, y la reparación y adecentamiento de las viviendas que comenzaba a partir del 15 de agosto. Casi todo el mundo “faldegaba”(encalaba o engalbegaba) fachadas e interior en esa época. La “víspera” también era la fecha de terminación de los “tablaos” que cerraban las bocacalles de la amplia plaza principal de la villa, escenario del acto principal de la fiesta:”el toro”. Los tablaos eran unas estructuras de madera de poco más de dos metros de alto que sostenían una plataforma de tablas y palos, sobre las que se sentaban las mujeres y los niños a presenciar el espectáculo (los hombres estarán abajo, corriendo el toro o detrás de las empalizadas). El cerramiento se hacía con palos verticales con la separación suficiente para que pudiera entrar y salir un hombre de lado y el toro no pudiese escapar (cosa que, a pesar de todo, ocurría de vez en cuando). (26) Hasta los primeros años 50 se montaban estas estructuras en las bocacalles más anchas de plaza (Nueva, Empedrada…) mientras las más estrechas se taponaban con carros y carretas, dejando toda la plaza libre. Las viviendas que daban a la plaza mantenían las puertas abiertas , siempre y cuando no se estuviera guardando luto aquel año. En ellas se disponían dos o tres palos verticales para que el animal no entrase y los que corrían los toros pudieran refugiarse sin dificultad . A partir de esas fechas y considerando que la plaza era demasiado grande y peligrosa, se optó por reducirla, cortándola por el lado Sur con un gran tablao (llamado el “de abajo”) y colocando barreras de palos verticales delante de las fachadas de las casas de los otros tres lados, excepto en el ayuntamiento . Los tablaos se montaban por albañiles y grupos de vecinos del barrio o la calle en la que estuvieran situados, que cobraban, para sufragar los gastos, a los que se sentaban arriba (que tenían que subir su propia silla si querían estar cómodos.) A finales de los 60 se entra en una etapa de decadencia con la crisis de la agricultura y la emigración masiva . En los primeros años 70 el escenario se traslada a la parte Sur del pueblo, en la plaza del Canal o de la Charca, un lugar más pequeño y por tanto más fácil y barato de cerrar. Pero esto duró poco tiempo . El espectáculo acabó celebrándose en una plaza de toros portátil que se monta en las afueras de la población y así sigue en la actualidad.
(27) El primer día por la mañana, los jóvenes, , unos montados a caballo y otros andando, marchaban hacia la Dehesa Boyal donde pastaban los toros. Allí seleccionaban las vacas más bravas, las moruchas, que arroparían al toro, (se hizo famoso el “Pajarito”, que dio función varios años). A mediados de los años 50 esta ceremonia matinal cambia. Los toros tuvieron que comprarse en ganaderías bravas, con lo cual se le planteaba al ayuntamiento un desembolso al que, dado lo precario de la economía, no podía hacer frente. Por tanto, se optó por financiar la fiesta con un impuesto especial que habían de pagar todos los industriales de la localidad, principalmente los bares, comercios y locales de baile. A cambio, se les autorizaba a subir los precios durante esos días, con lo que, en realidad el toro acababa siendo financiado por todos los vecinos. El toro que se lidiaba por la tarde se traía a media mañana. Desde bien temprano, la chiquillería y muchos hombres esperaban la llegada de la jaula con el animal, que se desembarcaba en las traseras del castillo y se traía rodando, a empujones y tirada por un burro hasta el “chisquero” que estaba en la plaza, primero en unas casas bajas, muy antiguas, que cerraban la plaza por el lado de poniente, contiguas al edificio del ayuntamiento y luego en los bajos del mismo . Allí se desencajonaba al animal, ante la expectación y el aplauso final del numeroso público que se congregaba en el lugar para presenciar el acto (algunos bien cerca de los tablaos, por si acaso). Excepcionalmente, algún año se traían una o dos vacas que se soltaban por la mañana. Terminado el espectáculo matinal, los jóvenes en grupo recorrían todos los bares y tabernas del pueblo bebiendo vino hasta bien pasado el mediodía, los matrimonios iban al baile y la chiquillería jugaba en las calles y plazas y compraba alguna chuchería en las pocas casetas que venían esos días. Hasta bien entrados los años cincuenta no llegaron los feriantes con algún columpio o noria y una o dos casetas de tiro. No faltaba tampoco, para regocijo de niños y mayores, el hombre de los helados. Hasta los primeros años 50, un jinete hacía el paseíllo y pedía la llave del toril y el permiso de la autoridad . A continuación se hacía lo que se llamaba la “salía”, en la cual los más valientes o atrevidos se colocaban a ambos lados de la puerta del chisquero en donde se encerraba el toro y cuando el animal salía, le clavaban pequeños rejones, le golpeaban con palos o simplemente lo tocaban con las manos. Según nuestros informantes, hubo una época en la que se ponían de cinco a diez mujeres haciendo calleja, con sus novios detrás. En la última etapa de celebración del festejo en la plaza de la villa este acto dejó de hacerse, quizá por el excesivo riesgo que comportaba o la falta de candidatos que quisieran correrlo. No nos consta que hubiera una prohibición expresa de la autoridad. A partir de ese momento los mozos, del lugar y forasteros, corrían el novillo a cuerpo, en todas las direcciones hasta que se cansaba. No escaseaban los valientes, algunos porque estaban muy acostumbrados a andar con ganado vacuno más o menos bravo, otros animados por la euforia que daba el vino peleón matinal y las copas vespertinas, y algunos jóvenes para demostrar su valor delante de las chicas. De vez en cuando algún mozo más atrevido, armado con una larga pica o guijá comenzaba a picar al morlaco para que se moviera y diera espectáculo, a la vez que otros le tiraban garrochas y rehiletes con el mismo fin.
El segundo día o “día del medio”, de descanso, en el que se lucían las mejores galas, no había festejo taurino. La jornada, después de asistir el ganado doméstico, que no entendía de fiestas, se repartía, por la mañana, en ir a los bares , al “concierto” matinal, con las mujeres y amigos, (cabe señalar aquí que esta era prácticamente la única fiesta en la que las mujeres casadas frecuentaban los bares) y, cómo no, al baile. A partir de las tres de la tarde, la gente volvía a su casa a comer y mientras unos se echaban “una valiente siesta”, otros marchaban a los bailes para admirar de nuevo a la “animadora”. Por la noche, vuelta a la primera y segunda sesión de baile El tercer día, era prácticamente como el primero, pero sin desfallecer por el cansancio acumulado, ya que son sólo cuatro días de fiesta y había que aprovecharlos, máxime si la cosecha había sido regular, porque buena en estas tierras era prácticamente imposible. El cuarto y último día, conocido como el “día de la vaca”, efectivamente se lidiaban tanto por la mañana como por la tarde las vacas y se curaba, como el día anterior, el toro, también toreado, para echarlo de nuevo a la Dehesa Boyal, donde el tiempo le cicatrizaba las heridas. Después se convirtió en un día de toros como los demás y actualmente han vuelto a lidiarse vacas.
En un primer nivel podemos señalar el valor de la fiesta como marcador del tiempo. Efectivamente esas fechas representan la culminación y terminación del año agrícola y, a partir de las mismas, con la sementera, el comienzo de uno nuevo. De ahí precisamente que los días de celebración que coincidían con el final de las tareas de recolección (la trilla y la recogida del cereal) estaban calculados basándose en la duración de las faenas agrícolas en un año de cosecha “buena”, con margen suficiente para que todo el mundo pudiera terminar. La relación era tan profunda que según hubiera sido el año agrícola, así serían las fiestas de animadas. La relación con la agricultura no es determinante en la actualidad, puesto que esta actividad ha dejado de tener importancia. Pero las fechas y la fiesta se mantienen porque son, sin duda, el más fuerte factor de reproducción de identidad a nivel de comunidad local. En este aspecto hay que tener en cuenta que esta fiesta, más que ninguna otra, era el momento de encuentro de los que están fuera con el resto de la comunidad y con sus propias “señas de identidad”. En las épocas de auge de la agricultura, y antes de que comenzase la emigración masiva, era el momento en el que los numerosos jornaleros que trabajaban en las fincas alejadas, regresaban al pueblo por unos días. Para muchos era casi la única fiesta en la que participaban en todo el año. Después, con la emigración, se produce un fenómeno parecido: hay una época de venida masiva de emigrantes a partir de los primeros días de septiembre. Desde principios de los 80, las circunstancias económicas y laborales hacen que esa venida masiva se adelante al mes de agosto. En cierto momento se planteó (con no mucha fuerza, por cierto) la posibilidad de cambiar las fechas de las fiestas ,pero la idea no prosperó. La fiesta servía también como elemento de afirmación de la identidad local frente a los otros pueblos que formaban la comarca y de relación con ellos (aunque ahora este factor ha perdido importancia). Las fiestas de Los Cuatro Lugares se celebraban entre mediados de agosto y mediados de septiembre, primero las de los dos más pequeños y lejanos: Santiago del Campo e Hinojal. Después, en la primera semana de septiembre Talaván y por último las de Monroy que cerraban el tiempo festivo. Era tradicional la rivalidad con los vecinos de Talaván , el más próximo y semejante en número de habitantes, nivel económico y de servicios etc., posiblemente originada por el deseo de ocupar el lugar más preeminente en la comarca y como referente más próximo para reafirmar la propia identidad local. En una zona rural, entonces mal comunicada con el exterior, la proximidad, que permitía ir en caballerías de una localidad a otra en no mucho tiempo, originaba un intercambio y una relación frecuentes. Ese intercambio y relación culminaban precisamente en las fiestas de forma masiva, originando un continuo trasiego durante esos días entre los dos pueblos, de tal forma que, aunque a nadie se le ocurría decirlo para no contradecir la tradición, se consideraba prácticamente imprescindible la presencia de los otros para reafirmar la categoría y el lustre de las propias fiestas. La presencia de “otros” forasteros (de la ciudad, de localidades más alejadas..) también se consideraba un signo de la importancia de los festejos. En cuanto los “poderes fácticos” locales, la presencia de la Iglesia es prácticamente inexistente. La fiesta tiene un sentido totalmente profano y los muy escasos intentos de darle un cierto cariz religioso terminaron en el más rotundo de los fracasos. La función de las autoridades locales es la de presidir, pero sobre todo realizar los trámites legales necesarios y financiar la fiesta (actualmente en todos los aspectos).
La fiesta tiene un carácter eminentemente popular y de participación masiva de los grupos situados en los estratos medios y bajos de la pirámide social local, que son los verdaderos coprotagonistas. La colocación en la plaza se hacía ateniéndose a unas normas más o menos rígidas : las mujeres y los niños encima de los tablaos, los hombres debajo, los más viejos detrás de la barrera y los jóvenes delante. No estaba bien visto el que una mujer permaneciera en la barrera y asimismo el que un hombre se subiera a un tablao. Conviene señalar que esta es la única fiesta en la que se daba esta participación masiva, pues las otras dos, Las Candelas y el Lunes de Albillo suponían una participación más restringida, aunque eran asumidas por todos como reproducciones de la propia identidad cultural Cabe plantearse finalmente la importancia del toro, que indudablemente es el eje central de la fiesta. La presencia del animal es la que marca el ritmo festivo de cada día y es importante hasta el punto de que para la gente del pueblo era inconcebible la existencia de la fiesta sin el toro. Cuando en algún momento de crisis se planteó el que, debido a su alto coste económico se debería suprimir la capea, la respuesta de los diversos grupos sociales fue unánime: si no hay toro no hay fiesta. En cuanto a su significado simbólico recurriremos a la explicación del antropólogo Javier Marcos Arévalo : "Múltiples prácticas y juegos con el toro, inscritas en el contexto de las fiestas, están vinculadas a diferentes celebraciones de tipo religioso. El toro considerado como animal mítico, sujeto de juego o espectáculo, siempre es el protagonista de los encierros, capeas, sueltas de vaquillas y de modalidades tales como las del toro del aguardiente, de fuego, enmaromado, embolado, nupcial y otras variantes locales que permiten la demostración pública de coraje, valor y poder, es decir la expresión de las cualidades masculinas. Prácticas y rituales por medio de los que, según ciertos autores, de manera “mágico-religiosa” se transmiten simbólicamente a los individuos que se ponen en contacto con él, las fuerzas genésicas que se le atribuyen y la capacidad fecundadora que se asocia con su sangre. La creencia de atribuir propiedades regeneradoras a la sangre corrobora la importancia simbólica de los rituales en los que aparece el toro." (4)
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