7. FINAL DEL CICLO. ANCIANIDAD Y RITUAL FUNERARIO     

     7.1.Herencias

     7.2.Últimos momentos.

     7.3.Velatorio

     7.4.Entierro

     7.5.Luto

 

   7.1.Herencias

Hasta no hace muchos años los padres no entregaban, sino en las postrimerías de sus vidas, la herencia a sus hijos, y ello porque no percibían el subsidio de jubilación, con lo que se aseguraban hasta última hora su propia subsistencia.

El patrimonio se repartía equitativamente entre los hijos sin que constara en documento legal alguno, ahorrándose de esta forma los honorarios del notario y los derechos reales. Un sencillo escrito sobre un papel hacía las veces de escritura oficial y tenía tanto valor entre los herederos como si fueran oficiales. Cuando la herencia se entregaba en vida, los padres exigían de sus hijos ciertas atenciones hasta su muerte, una pensión vitalicia, la concesión de ciertos productos, vivir en casa de ellos por temporadas o el ser atendidos en caso de necesidad. Hoy, con las prestaciones de la Seguridad Social, muchos jubilados son los que ayudan económicamente a los hijos que les acogen en sus casas al aportar la pensión los meses que conviven con ellos.

Las particiones de los bienes del patrimonio familiar las realizaba bien un entendido o un hombre considerado como “bueno” y “justo” por la familia. Éste trataba de formar tantos lotes como herederos hubiere, siempre con un valor de las partes lo más aproximado posible. Una vez establecida la partición, se numeraban e introducían otras tantas papeletas en un sombrero o boina, papeletas que sacaban los herederos y cotejaban con la parte que les hubiera correspondido. Muchas veces, y a pesar del método, se producía desavenencias y graves disgustos entre los hermanos, que podían ocasionar rencillas de por vida, e incluso, enfrentamientos sangrientos. 

A la dote o conjunto de bienes que reciben los hijos al contraer matrimonio se les denomina en Monroy hijuela. Consiste en un documento privado donde se detallaba lo percibido por cada uno de ellos. Aunque la pretensión era que el valor final fuera el mismo para todos ellos, no dejaba de ser un procedimiento injusto al no tenerse en cuenta las devaluaciones de la hijuela. El primer hijo como refiere el dicho popular “se llevaba el fruto de la casa”.

  7.2.Últimos momentos.

Cuando un vecino caía enfermo de gravedad y estaba ya en las puertas de la muerte, algún familiar comunicaba al sacerdote la conveniencia de que fuera a visitarle para administrarle los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía.

Si el paciente accedía, el cura recogía las Sagradas Formas en la iglesia y, en procesión, le llevaba el viático, acompañado de los fieles que estaban en el templo y los que se incorporaban por la calle, pues un monaguillo hacía sonar una campanilla anunciando el acto.

         Mientras subía el sacerdote acompañado por el sacristán o algún monaguillo a confortar espiritualmente al enfermo, los familiares en casa y los acompañantes en la calle, permanecían de rodillas y en un silencio total.

Una vez concluido el sacramento la comitiva  regresaba de nuevo al templo para depositar en el copón las Sagradas Formas.

                                   

                                                                          "Velatorio" Eugene Smith  1950

  7.3.Velatorio

 Rodeaban el lecho de muerte las personas más íntimas que con rezos o en silencio esperan el fatal desenlace de un momento a otro.

Tras fallecer, al difunto o difunta se le aseaba, se le vestía con las mejores ropas, se le ponía una talega con sal en el vientre y un pañuelo atado a la cabeza, desde la mandíbula, para cerrarle la boca.

Cuando una persona moría, el médico tenía que certificar la defunción y, acto seguido, se avisaba al sacerdote del luctuoso acontecimiento, para que repicaran las campanas y se enteraran los convecinos. Rápidamente éstos saben si el muerto ha sido un párvulo o no y si es hombre o mujer, forastero o vecino. Para ello las campanas repiquetean de diferente formas: si era un hombre adulto del pueblo se doblaba tres veces; una sola vez, si era varón adulto pero forastero; dos, si era mujer y una o dinde, si era un párvulo.

Conocido el suceso por la comunidad, no tardarían en visitar la casa mortuoria los vecinos y familiares, así como el carpintero, que era el encargado de tomar medida al difunto para fabricarle la caja. Es signo inconfundible de que alguien ha fallecido ver por las calles grupos de mujeres de negro, con el velo o paño en la cabeza, agarradas del brazo, “bracilete” en dirección a la casa mortuoria.

Posterior a esta primera visita, al anochecer y después de terminadas las labores agrícolas, se acercaban los matrimonios a dar el pésame a la familia del vecino fallecido, permaneciendo en ella un espacio de tiempo más o menos largo, dependiendo del compromiso que cada uno tuviera con los familiares de la víctima. 

Las mujeres se reunían en el salón y habitaciones donde rezaban el rosario y otras preces, alabando las virtudes del difunto, mientras los hombres se quedaban en el patio o en la calle hablando de todo un poco, casi siempre del muerto, y cuando se acababa el repertorio, de temas agrícolas y ganaderos.

Los más allegados, permanecían en el domicilio toda la noche acompañando a los familiares del difunto, entre charlas, café, tila, aguardiente y algún dulce.

Cuando el carpintero llegaba a la casa del finado con la caja, los parientes más cercanos se encargaban de introducirlo dentro y le colocaban sobre el pecho un escapulario y algunas estampas. A la hora de cerrar la tapadera los llantos y gemidos subían tanto de tono, que podían oírse desde la calle.

  7.4.Entierro

Anunciaban y anuncian el entierro las campanas que comienzan a doblar. El sacerdote, con los monaguillos y los hombres que sostienen el estandarte, la cruz procesional y el Cristo, partían y parten desde la iglesia hacia la casa mortuoria. Allí se encontraban los dolientes alrededor del difunto que ya tenían dispuesto en el zaguán de la vivienda. Los llantos de las mujeres subían en intensidad. Cuatro varones se encargaban de sacar el ataúd de la casa. Delante del féretro iban los portadores de la cruz y del Cristo, a continuación el portaestandarte, les seguían el cura con el sacristán y los monaguillos y detrás, los cuatro hombres que transportaban la caja, seguidos por los familiares más cercanos, todos varones, pues las mujeres, esposa o madre, se quedaban en casa, tras los que caminaban los hombres que han concurrido al duelo. A ambos lados de la calle, hasta hace algunos años, se disponían las mujeres en hilera procesional.

Una vez en el templo se situaba al difunto en el catafalco y comenzaba la misa de funeral de cuerpo presente. Terminada ésta, la comunidad da el pésame a los familiares en el portal de la iglesia, antiguamente se daba en la casa del finado. Después de recibir las condolencias, las mujeres marchaban hacia la casa mortuoria, mientras los parientes y amigos varones acompañaban al difunto hasta el cementerio.

Hasta los años sesenta los entierros estaban catalogados en tres categorías, cada una de ellas se diferenciaba de las otras en el precio, en el boato y en las oraciones que rezaba el sacerdote a lo largo del recorrido. Había ceremonias de 1ª, 2ª y 3ª clase, y el celebrarse de una u otra forma dependía de la categoría socioeconómica del difunto. En los entierros de 1ª el cura acompañaba al féretro hasta el cementero, en los de 2ª y los de 3ª los despedía en el templo parroquial.

Hasta 1813 a los muertos se les sepultaba en el templo parroquial, pero a partir de entonces el gobierno de la nación prohíbe las inhumaciones en la iglesia a lo que se oponen los lugareños.  Se busca como alternativa el enterramiento en los alrededores de ésta,  hasta comienzos del siglo XX en que se inaugura el cementerio actual.

La misma noche del sepelio en la casa del difunto  se rezaba el rosario. La gente entregaba al familiar más cercano unos duros o pesetas para responsos. Al día siguiente se le decía una misa al difunto, lo mismo que al cumplir los nueve días, el mes y el aniversario o “cabo de año”. En todas ellas, los vecinos entregaban dinero para responsos. 

  7.5.Luto

El luto por su marido le duraba a la viuda entre tres y cuatro años. El mismo tiempo lo llevaba la madre por un hijo; por la abuela o abuelo solía guardarse de luto seis meses, igual que por un tío o tía carnal, y un año, por una hermana o hermano.

El luto riguroso, o luto más cercano al óbito, consistía para la mujer, en ir toda de negro y llevar cubierta la cabeza con cobijo o manto. Después de un año aproximadamente, se ponía el medio luto, es decir, un vestido de lunares con fondo negro y la cabeza cubierta por un velo. Podía darse el caso, de que algunas mujeres llevaran luto toda la vida.

Los hombres manifestaban el luto con una franja negra en la manga de la chaqueta o un botón negro en la solapa, mientras a los niños se les ponía un triángulo negro en el cuello de la camisa y las niñas llevaban calcetines negros.

Era costumbre entre las mujeres que mientras llevaban luto no salían a barrer ni a fregar la puerta de la casa, se retiraban las macetas de las fachadas, no reían ni cantaban e incluso para cumplir con los preceptos de la Iglesia asistían a misa rezada, nunca a misa mayor. 

 

 

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           Diseño y montaje:JMSierra.

           Fotografías: Las señaladas con los números (1), cap.4 y (2),cap.6, proceden del "álbum  fotográfico" de :   http://www.nccextremadura.org/tradiciones/. La de Eugene Smith que se inserta en el cap.7, de : http://www.paseovirtual.net/.  Las restantes  proceden del Archivo de la Asociación y de la colaboración de diversas personas que han cedido documentos familiares. A todas ellas nuestro agradecimiento y especialmente a :  Juan Serrano ("Carabo") y Araceli, habitantes a temporada en la Plazuela del Mesón, a la familia Bernal del Sol, a la familia Pérez Bernal y a la familia Sierra Simón.