Cuando una chica salía de la escuela a la edad de los 10 ó 12 años, si es que iba, su principal ocupación era la de ayudar a su madre en las tareas “propias de la mujer”, es decir, por la mañana, fregar, barrer, cocinar, hacer los recados, etc., y por la tarde, coser y bordar. De esta forma la muchacha comenzaba a prepararse para ser una esposa digna de su marido. Además, la joven monroyega ayudaba a su familia en las tareas agrícolas como ordeñar las cabras, hacer queso, coger aceitunas, etc., etc. A los 14 ó 15 años, ya era una mujer hacendosa y con edad suficiente para pensar en un novio, pues una mujer soltera no estaba bien vista en nuestra comunidad. Aunque no tuviera muchos jóvenes donde elegir, era conveniente no ser muy escrupulosa porque podía quedarse sin pretendiente y terminar solterona. En ese caso el mismo vecindario afearía su conducta y la recriminaría, como descubrimos en estas estrofas:
Si una chica se quedaba soltera era porque no había nadie que la pretendiera tal vez por su fealdad o por algún defecto físico o psíquico. De todos modos, como dicen los informantes “siempre hay un roto para un descosío”. La mayoría de las jóvenes cuando llegaban a la pubertad tenían prisa en que algún mozo las cortejara y por ello, acudían con frecuencia a san Antonio bendito para que les ayudara a encontrar el novio ideal. También se cantaban canciones referidas a este hecho:
La soltería entre mozos era distinta, y la causa de este estado podía deberse a la timidez del muchacho, a no querer perder su libertad yendo de taberna en taberna o al hecho de estar muy bien atendidos por sus madres. Con todo, el número de solteros era mucho más reducido que el de solteras, aunque en Monroy hay muchos solterones. El varón desde muy temprana edad, a los 12 ó 13 años, si no antes, comenzaba a ayudar a sus padres en las tareas agrícolas y enseguida frecuentaba las tabernas junto con los amigos. Era habitual verles merodear en pandillas por las calles en busca de aquella chica que pudiera convertirse en su novia y mujer. Contados son los momentos en los que chicos y chicas podían relacionarse. En el baile los días festivos era la mejor ocasión, aunque existían otros momentos, por ejemplo, en el instante que salía la muchacha a hacer los recados, al ir y venir de casa a la fuente para coger agua, cuando se dirigía a la iglesia a oír misa; cuando iba a lavar a las fuentes y arroyos, etc. En la mayoría de los casos una mirada y una sonrisa serían suficientes para que ambos iniciaran el largo recorrido de las relaciones formales. Algunas coplas hacen referencia a los noviazgos que surgían en diversos momentos como éstos:
Los muchachos y muchachas salían en pandilla de paseo los domingos por la carretera y calles del pueblo. Ellas delante, agarradas del brazo, seguidas por los jóvenes. Poco a poco ellos se acercaban más a las chicas hasta que después de varios intentos las mozas aceptaban y empezaban las bromas y conversaciones entre ambos. Otras coplillas hablan de las pretensiones de los chicos por las chicas:
Los bailes de día de fiesta comenzaban por la mañana, después de salir de misa mayor y duraban hasta la hora de comer, para reanudarse por la tarde al término del rezo del rosario, sobre las tres de la tarde, y terminar al “toque de ánimas”, cuando empezaba a oscurecer. En el “salón de baile” las chicas bailaban con las amigas las jotas bajo la mirada atenta de los jóvenes que merodeaban por los alrededores sin atreverse a “partir pareja” o “sacarlas a bailar”.
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